REALISMO

El Ángelus de Millet
El Ángelus de Millet

El Realismo

Este movimiento literario aparece en la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia de las circunstancias sociales de la época: la consolidación de la burguesía como clase dominante, la industrialización, el crecimiento urbano y la aparición del proletariado.

Las características básicas del Realismo literario son:

  • Eliminación de todo aspecto subjetivo, hechos fantásticos o sentimientos que se alejen de lo real.
  • Análisis riguroso de la realidad. El escritor nos ofrece un retrato riguroso de lo que observa.
  • Los problemas de la existencia humana, componen el tema fundamental de la novela realista; Esa es la consecuencia del sumo interés por la descripción del carácter, temperamento y conducta de los personajes.
  • Surge un tipo de novela en la que se analizan minuciosamente las motivaciones de los personajes y las costumbres.
  • El novelista denuncia los defectos y males que afectan a la sociedad y ofrece al lector soluciones para detenerlos. Cada autor, según sus ideas, muestra lo que para él es un mal de la sociedad.
  • Aparición de la clase obrera. Los obreros debieron realizar huelgas, manifestaciones, enfrentamientos violentos con el ejército y la policía para combatir la explotación despiadada y conseguir unas reivindicaciones mínimas (jornadas menos extensas, derecho a sindicarse, supresión de la explotación infantil).
  • La filosofía propia de la sociedad burguesa es el Positivismo, para la que no existe otra realidad que los hechos perceptibles, ni es posible otra investigación que no sea el estudio empírico de esos hechos.
  • La formulación de las leyes de la herencia de Mendel, la teoría de la evolución de las especies de Darwin y el Manifiesto comunista de Karl Marx suponen un cambio de paradigma en la sociedad del momento.
  • Los escritores se documentan, toman apuntes sobre personajes y ambientes, se interesan por la psicología y la medicina.
  • El Naturalismo, que es una variante llevada al extremo del Realismo, considera que el hombre no es realmente libre, sino que se encuentra determinado por la herencia y por el ambiente social. El narrador es objetivo, intenta ser imparcial y no opinar sino contar las cosas tal y como son, con todos los detalles, sin disfrazarlos. 
  • Determinismo genético: el ser humano no tiene elección, su vida está condicionada por su herencia genética y por el entorno en el que vive, es decir, las taras y anormalidades del hombre se heredan de sus padres y antepasados y el medio ambiente, el entorno, influyen en la manifestación concreta de éstas en el individuo. Esta perspectiva niega la posibilidad del libre albedrío. 

El Realismo plasmado en el arte

Este Retrato de bebedor de Francisco Cerezo Moreno es un trabajo de estudio, pintado al natural, en el que se capta la psicología de un personaje anónimo, partiendo de su adicción a la bebida, manifiesta en la coloración de su cara, en sus ojos algo vidriosos, y en su nariz enrojecida.

El personaje no está derecho, sino apoyado en una silla y sosteniendo un vaso que en este momento no vemos, debido al encuadre de la fotografía.

Es un estudio naturalista, resuelto a grandes trazos y con incisiones en algunas partes, que marcan formas. Estas incisiones son posibles gracias a que el cuadro está pintado sobre tablé. La iluminación lateral nos muestra los dos lados de la cara en un contraste muy acusado, la derecha es muy visible, la izquierda apenas está esbozada, ensombrecida por la falta de luz.

Pero lo más expresivo del retrato es la mirada intensa dirigida hacia el espectador, una mirada frontal, confidente, que parece decirnos "este soy yo, sumido en mi degradación". No busca nuestra aprobación, solo nos muestra su situación actual.

El retrato pictórico, al igual que el psicológico, que aparece en las obras literarias, es tanto más expresivo cuanto más insiste en los rasgos esenciales del personaje, dibujado en sus notas más sobresalientes, ya que en lo que no nos dice suponemos que este es igual que nosotros, que todos los seres humanos.

Más aún el retrato naturalista no trata de idealizar al personaje, lo muestra con una crudeza ejemplar, sin por eso convertirlo en un esquema o en un tipo, sigue siendo alguien irrepetible, único, singular, pero alguien que comparte también una situación que está extendida en el medio al que pertenece. Es pues, un retrato psicosocial, un texto de lectura sintagmática.

Actividad del realismo

PRIMER EJERCICIO:

 

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Realismo y Naturalismo en la narrativa

 

Emilia Pardo Bazán

(La Coruña, 1851-Madrid, 1921)

De familia noble y acomodada.

  • Esmerada educación "femenina", autodidacta en lo académico y literario. 
  • Casada pero separada, compañera del escritor Benito Pérez Galdós durante más de 20 años. 
  • Introduce el Naturalismo en España con La cuestión palpitante.  No es aceptada como naturalista por los europeos por su catolicismo. 
  • Víctima del machismo institucional ( fue 3 veces rechazada por la Real Academia de la Lengua). 
  • Obra: Los pazos de Ulloa, Morriña y varias colecciones de cuentos. 

 

 

Las medias rojas de Emilia Pardo Bazán

 

Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado en la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de una navaja, de una uña córnea color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las colillas.

Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda de las señoritas y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo encarrillos dos hoyas como sumideros grises entre lo azuloso de la descuidada barba.

Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo, ¡bah!, estaba bien él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza...Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón...

¡Ey! ¡Ildara!

¡Señor padre!

¿Qué novidá es ésa?

¿Cuál novidá?

¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade?

Incorpórase la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada, lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir.

—Gasto medias, gasto medias—repitió, sin amilanarse—. Y si las gasto, no se las debo a ninguén.

—Luego nacen los cuartos en el monte— insistió el tío Clodio con amenazadora sorna.

—¡No nacen!...Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él...Y con eso merqué las medias.

Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador... Saltó del banco donde estaba escarrancado, y agarrando a su hija por los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola contra la pared, mientras barbotaba:

¡Engañosa! ¡Engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas que no ponen!

Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le había sucedido a la Marisola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto más defendía a su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tantos de su parroquia y de las parroquias circunvencias se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente a la esperanza tardía: pues que quedase él...Ella iría sin falta; ya estaba de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias...Y el tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la moza, repetía:

Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes...

Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego el rostro, apartando las medrosas manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio, como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes envueltos en una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera.

Salió fuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía.

Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía... en quedarse tuerta.

 

Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan, han de ir sanos, válidos, y las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa.

 

Vocabulario:

Rapaza: muchacha

Se atusó: se alisó

Hirmán: hija

Sorna: ironía

Escarrandado: abierto de piernas

Moziña: muchacha

Gancho: rufián

Ladino: astuto

Amilanarse: intimidarse

Ninguén: nadie

Aro de la criba: coladera

 

ACTIVIDADES SOBRE EL RELATO Las medias rojas.

 

Contesta las preguntas del cuestionario que hay a continuación.

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Antón Pávlovich Chéjov

(1860-1904)

 

Es el narrador y dramaturgo más destacado de la escuela realista rusa. Su estilo breve, pero a la vez de minuciosa perfección, destaca por la ausencia de tramas complejas, aunque con el diseño de personajes de sutiles pensamientos. Se le considera po eso el creador del relato moderno.

Chéjov concluyó los estudios de Medicina en la Universidad de Moscú, aunque sólo ejerció esporádicamente, porque siempre estuvo más atraído por la creación literaria. De hecho, a los 28 años ya era ampliamente conocido por el público, tanto en su obra humorística -muy apreciada- como por textos de carácter más profundo, en los que la incisiva descripción de las miserias humanas fueron desplazando los recursos humorísticos.

Contrajo la tuberculosis y por ello se vio obligado a viajar a Crimea, Francia y Alemania, para cuidar de su salud.

A finales del s.XIX, tuvo mucho éxito con su obra de teatro La Gaviota, que le convenció para seguir escribiendo en este género, que fue combinando con la narrativa breve.


Las ostras de Antón Chejóv

Las ostras 

 

No necesito forzar mucho la memoria para recordar con todo detalle un lluvioso crepúsculo de otoño durante el cual me encontraba con mi padre en una de las calles más concurridas de Moscú y sentía que se iba apoderando de mí una extraña dolencia. Nada me hace daño, pero las piernas se me doblan, las palabras se detienen atravesadas en la garganta, la cabeza se me inclina, inútil, hacia un lado… Por lo visto, me voy a caer de un momento a otro y perderé la conciencia.

De haber ingresado en un hospital, en aquellos momentos, los doctores habría debido escribir en mi tablilla: Fames, enfermedad que no figura en los manuales de medicina.

Tengo a mi lado, en la acera, a mi padre, con un raído abrigo de verano y un gorro de punto del que asoma un blanquecino trozo de guata. Lleva en los pies grandes y pesados chanclos. Hombre vanidoso, temiendo que la gente vea que lleva los chanclos calzados en el pie desnudo, se ha puesto unas polainas.

Este pobre estrambótico, un poco simple, por el que siento yo tanto cariño cuanto más roto y sucio se le vuelve su elegante abrigo de verano, ha llegado hace cinco meses a la capital en busca de una plaza de escribiente. Se ha pasado los cinco meses dando vueltas por la ciudad, ha pedido trabajo, y sólo hoy se ha decidido a salir a la calle a pedir limosna…

Delante de nosotros se levanta una gran casa de tres plantas con un rótulo azul: “Posada”. La cabeza se me inclina débilmente hacia atrás y hacia un lado, de modo que, sin querer, en lo alto de las iluminadas ventanas de la posada. Por las ventanas se ven pasar figuras humanas. Se adivina el lado derecho de una pianola, dos oleografías, lámparas colgantes… Me fijo en una de las ventanas y distingo una mancha blancuzca. La mancha es inmóvil y sus contornos rectilíneos se destacan netamente sobre un fondo marrón oscuro. Aguzo la vista y reconozco en la mancha un blanco rótulo mural. En él hay algo escrito, pero no se ve qué es…

Durante una media hora no aparto la vista del rótulo. Éste, con su blancura atrae mis ojos y parece que me hipnotiza el cerebro. Me esfuerzo por leerlo, pero mis esfuerzos resultan vanos.

Por fin, la extraña dolencia recaba lo suyo.

El ruido de los coches comienza a parecerme un trueno, en la hediondez de la calle distingo miles de olores, en las lámparas de la posada y en los faroles de la calle mis ojos ven relámpagos cegadores. Mis cinco sentidos están tensos y perciben por encima de lo normal. Comienzo a ver lo que antes no veía.

“Ostras…”, descifro en el rótulo.

¡Extraña palabra! He vivido en la tierra exactamente ocho años y tres meses y no he oído esa palabra ni una sola vez. ¿Qué significa? ¿No será el apellido del dueño de la posada? ¡Pero los rótulo con los apellidos se cuelgan encima de las puerta y no en las paredes!

-Papá, ¿qué significa “ostras”? –me pregunto con voz ronca, esforzándome por volver la cara del lado de mi padre.

Mi padre no me oye. Observa los movimientos de la muchedumbre y acompaña con la vista a cada uno de los que pasan… Veo en sus ojos que quiere decir algo a los transeúntes, pero la palabra fatal cuelga como una enorme pesa de sus temblorosos labios y no logra soltarse. Llegó incluso a dar unos pasos tras un viandante y a tirarle débilmente de la manga, pero cuando éste se volvió, él dijo “perdón” y retrocedió confuso.

-Papá, ¿qué significa “ostras”? –repito.

-Es un animal… Vive en el mar…

En un instante me imagino ese desconocido animal marino. Debe de ser como algo intermedio entre el pez y el cangrejo. Como es marino, con él deben de preparar, claro está, sopa caliente, muy sabrosa, con pimienta aromática y hoja de laurel, sopa algo ácida y picante con las ternillas, salsa de cangrejo, un plato frío con rabanillos… Me imagino vivamente cómo traen del mercado este animal, lo limpian aprisa, lo meten aprisa en el puchero… aprisa, aprisa, porque todos tienen ganas de comer… ¡y unas ganas terribles! De la cocina llega olor de pescado frito y de sopa de cangrejo.

Noto cómo este olor me hace cosquillas en el paladar, en la nariz, cómo poco a poco va apoderándose de todo mi cuerpo… La posada, mi padre, el rótulo blanco, mis mangas, todo despide este olor, todo huele tanto que empiezo a masticar. Mastico y engullo como si realmente tuviera en la boca un pedazo de animal marino…

Las piernas se me doblan por el placer que experimento y, para no caerme, agarro a mi padre de la manga y me estrecho contra su húmedo abrigo de verano. Mi padre tiembla y se encoge. Tiene frío…

-Papá, ¿las ostras son comida de vigilia o de carne? –pregunto.

-Se comen vivas… -me dice mi padre-. Están en conchas, como las tortugas, pero… de dos mitades.

El sabroso olor deja instantáneamente de cosquillearme el cuerpo y la ilusión desaparece… ¡Ahora lo comprendo todo!

-¡Qué porquería –murmuro-, qué porquería!

¡Así, esto es lo que significa “ostras”! Me imagino un animal parecido a una rana. La rana está en una concha y desde ella mira con ojos grandes, brillantes y mueve sus repugnantes mandíbulas. Me imagino cómo traen del mercado este animal en su concha, con sus tenazas, sus ojos brillantes y su piel viscosa… Los niños se esconden todos, y la cocinera, con su mueca de asco, lo coloca en un plato y lo lleva al comedor. Las personas mayores lo toman y lo comen… ¡lo comen vivo, con ojos, dientes y patas! El animal chilla y procura morderles los labios…

Hago una mueca, pero… pero ¿a pesar de todo, los dientes se me ponen a masticar? El animal es abominable, es repugnante, es terrible, pero yo lo como, lo como con avidez, temeroso de percibir su sabor y su olor. Ya he comido uno, veo los ojos brillantes del segundo, del tercero… También me como éstos… Finalmente, me como la servilleta, el plato, los chanclos de mi padre, el rótulo blanco… Me como todo lo que me cae bajo la mirada porque siento que sólo comiendo me pasará la dolencia. Las ostras miran pavorosas con sus ojos, son repulsivas, tiemblo sólo al pensar en ellas, pero ¡quiero comer! ¡Comer!

-¡Denme ostras! ¡Denme ostras! –exclamo con un grito que me sale del pecho a la vez que tiendo los brazo hacia delante.

-¡Ayúdennos, señores! –oigo que dice en ese momento la voz sorda y ahogada de mi padre-. Da vergüenza pedir, pero ¡Dios mío! ¡no puedo más!

-¡Denme ostras! –grito tirando de mi padre por los faldones de su abrigo.

-¿Es que comes ostras tú? ¡Tan pequeño! –oigo que dicen a mi lado, entre risas.

Ante nosotros se han detenidos dos señores con sombrero de copa que se ríen y me miran.

-¿Tan pequeñajo y comes ostras? ¿De veras? ¡Es interesante! ¿Y cómo las comes?

Recuerdo que una mano poderosa me arrastra hacia la posada iluminada. Un minuto después, se reúne en torno mucha gente que me contempla, riéndose, llena de curiosidad. Estoy sentado a una mesa y como algo viscoso y salado que huele a humedad y musgo. Como con avidez, sin masticar, sin mirar y sin enterarme de lo que como. Me parece que si miro, veré, sin falta, ojos brillantes, tenazas, ojos afilados…

De pronto comienzo a masticar duro. Se oyen unos crujidos.

-¡Ja, ja! ¡Come las conchas! –se ríe la gente-. Tontuelo, ¿es que se puede comer esto?

Después, me acuerdo de una red espantosa. Estoy tumbado en mi cama y no puedo conciliar el sueño por los ardores que tengo y debido al raro sabor que noto en mi boca irritada. Mi padre va y viene de un extremo a otro de la habitación y gesticula con los brazos.

-Me parece que me he resfriado –balbucea-. Siento algo en la cabeza… como si alguien se me hubiera asentado en ella… O quizás es porque no… eso… no he comido hoy… La verdad es que soy raro y tonto… Veo que esos señores pagan diez rublos por las ostras, ¿por qué no acercarme y pedirles algo… prestado? Probablemente me lo habrían dado.

De madrugada me duermo y veo en sueños una rana con tenazas, metida en una concha y moviendo los ojos. Al mediodía, la sed me despierta y busco con la mirada a mi padre: él aún va y viene gesticulando…

ACTIVIDADES SOBRE LA LECTURA.

Relato de Chéjov, Las ostras.

 

Contesta las preguntas del siguiente cuestionario.

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EJERCICIO: CITAS DE CHÉJOV

 

http://es.wikiquote.org/wiki/Ant%C3%B3n_Ch%C3%A9jov

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ADIÓS CORDERA, película basada en el relato de Leopoldo Alas "Clarín".


ADIÓS CORDERA, relato de Leopoldo Alas “Clarín”.

 

En este link podéis leer el cuento completo Adiós Cordera.

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A continuación completa el CUESTIONARIO relativo a la lectura.

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